Monday, July 22, 2013

Rodeado por blanca

    Sentado en la cabaña casi completamente enterrado por la pesada nieve de la primavera pacífica, empecé a ponerme nervioso mientras escuchaba las discusiones de los otros alpinistas.  Ellos hablaban de la estrecha ventana de tiempo que había para cruzar debajo de “las gárgolas” sin peligro extremo de avalancha.  Escuché a una pareja contar como las paredes de hielo se deslizaban de la pared, situada debajo del pico, y pegada a la tierra, liberando torrentes de nieve hacia abajo.  Boyd, o “Cheecher”, como lo había llamado desde secundaria, no se preocupaba sobre cosas asi, y me sentí solo con mi temor.  Pues, Cheecher era un alpinista experimentado y yo el visitante bastante fuerte como atleta, pero sin experiencia en territorio de avalancha.
Las aventuras con Cheecher siempre me sacan de mi zona de comodidad.  Por eso las necesito, y por eso me asustan.  Cheecher es mi mejor amigo de juventud, el único de mi suburbio que querría explorar los lugares salvajes en el mundo.  Después del colegio caminamos juntos el camino “Appalachian”, de Georgia a Maine, por cinco meses.  Eventualmente tuvimos que empezar nuestras vidas diferentes, el se mudó a Seattle y se convirtió en ingeniero y yo un maestro en San Francisco y ahora en Vermont.  Cheecher desarrollaba los talentos de alpinista y escalador en las montañas grandes de Washington y yo me enamoro viajando por bici y esquiando los bosques del noreste.  Es ancho y muscular, de altura media, con una cabeza con poco pelo corto y rubio y una cara curtida por el tiempo.  
    Cheecher fue nuestro guia.  Habíamos esquiado por arriba en una pista sinuosa entre los picos secundarios hacia el glaciar Girabaldi, alto en la cordillera costa de Colombia Británica.  Para alcanzar nuestro destino, un pico se llama “the tent”, tuvimos que cruzar debajo de “las gárgolas” antes de las diez de la mañana, antes de que las paredes de hielo empezaron de derretirse debajo del sol de primavera.  Habíamos dejado atrás todos de los árboles, animales y modos de comunicación.  Teníamos equipo para encontrar a otros en una avalancha, lo que nunca he usado. Teníamos esquís con pieles que nos ayudaron a subir, los pelos de pieles cogiendo la nieve.
    Salimos de la cabaña a las seis de la mañana y atravesemos el lado de Monte Metner, esquiando por las sombras a la base de “las gárgolas”.  Me di cuenta de que nunca había atravesado una cuesta tan empinada, y que si me caía, no tenía ni un idea donde pararía.  Mis piernas se sacudían cuando trataba de mantener la velocidad de Cheecher.  Le dije a él que tenía miedo, pero ni él ni yo queríamos regresar.  - Esquia hombre, esquia - me dijo Cheecher.  Era un consejo bastante sencillo, pero también sensato.  ¿Qué otras opciones tenía?  Corté líneas en la nieve blanda, todo mi cuerpo temblaba, y traté de mirar hacía adelante.  Casi me caí dos o tres veces antes de que por fin, llegará al estante al otro lado de la cuesta.  Me sentí totalmente agotado y enfermo de la adrenalina, pero también aliviado.  Subir el resto del glaciar bajo el sol fue un regalo que recibimos con espíritus leves y el conocimiento de que la parte más peligrosa había pasado.                     

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